Mou dijo que su equipo era como un buen filete a la
plancha, estaba al punto. Que debía remontar con un ojo puesto en la
calculadora, no de manera desaforada. El madridismo quería triunfar
allí donde había fallado el Barça y tenía enfilada La Décima.
Por eso abrazó, como en las grandes noches, su genética, recibiendo al
Bayern con una advertencia: 'Noventa minuti en el Bernabéu son molto
longo'. Lo fueron, pero no para los alemanes, sino para el Madrid. Neunzig Minuten im Bernabeu-Stadion sind zu lang.
El Madrid se enfrentaba a una estadística que le atormentaba: jamás, en
toda su historia, había sido capaz de superar una semifinal de Copa de
Europa tras perder el partido de ida. Sin embargo, comenzó el partido
con el pie derecho. Salió con su pegada de siempre y encontró un botín
inesperado. La secuencia, a pedir de boca: mano de Alaba, penalti y gol
de Cristiano; Robben, que volvía al Bernabéu tras salir por la puerta
de atrás, falla a puerta vacía; y para completar Cristiano, emboca un
pase magistral de Özil. El Bayern, atrevido y valiente, recibía un
castigo severo. Dos goles del Madrid, dos bofetadas, le colocaban al
borde del abismo. El partido estaba de cara para el Madrid que, sin
nada del otro jueves, tenía la final en su mano. Entonces, por alguna
razón ignota que jamás conoceremos, dio un paso atrás. A esa actitud y
esa cautela, respondió el Bayern con grandeza y espíritu de superación.
Creció y acogotó al Madrid, haciendo protagonista a Casillas.
Con potencia y vigor, el Bayern regaló unos minutos de campeón,
sacando al Madrid de plano, para meterle el miedo en el cuerpo.
Casillas, imponente pese a que se le siga cuestionando de manera
torticera, sacó un mano a mano a Ribery y otro a Mario Gómez. El
partido lo gobernaba Toni Kroos y sus extremos eran auténticos diablos,
para desesperación del Bernabéu, que empezó a murmurar. El ruido de
fondo se disparó cuando Pepe, que aún no se ha cambiado el nombre por Meta World Peace,
derribó de manera aparatosa a Mario Gómez dentro del área, concediendo
penalti. Robben, ajustado, igualó la eliminatoria. El ángel de
Casillas, esta vez, se quedó a centímetros de detener la pena máxima.
El Bayern sometía a un Madrid que era una hemorragia de dudas. Robben
era una pesadilla, Ribéry un incordio y Mario Gómez, la tanqueta de
Heynckes, era una jaqueca para Ramos y Pepe. Al golpe de corneta del
Bayern trató de responder Benzema con un zarpazo enroscado que salió a
pulgadas del palo de Neuer. El Madrid, a ráfagas, lo intentaba, pero el
Bayern era más. Casillas, el mejor del Madrid, sacaba dos ocasiones más
de los germanos. Una a Mario Gómez y otra a Robben. El Madrid había
equivocado la apuesta y en el aire flotaba la sensación de que estaba
jugando con fuego y podía acabar en la unidad de cuidados intensivos.
Había dado un paso atrás. ¿Por qué?
En el segundo acto, el Madrid tuvo más control de balón, menos
premura y más orden táctico. Benzema, siempre enchufado, cruzó un
centro venenoso extraordinario, pero ningún compañero tuvo la
suficiente fe ni la fuerza física como para atender a los infinitos
recursos del francés. La réplica la puso el potente Gómez, otra vez,
con un cabezazo picado. Minutos después, Casillas, cabod e guardia
alerta está, rebañó la pelota en un mano a mano de Robben que disparó,
otra vez, el murmullo de las tripas del Bernabéu. El Madrid no tenía un
plan B, sufría como un condenado al patíbulo cada vez que Robben
encaraba y estaba en inferioridad en el centro del campo, donde
Heynckes colocaba a Kroos como socio de todos, respaldando a Luiz
Gustavo y ocupando a Xabi Alonso. El Madrid necesitaba alterar el guión
porque el Bayern seguía teniendo más espacio y más pelota, así que
Mourinho recurrió a Kaká. El brasileño, decepcionante desde que
aterrizó por un río de millones de euros, firmó una actuación pobre y
fue incapaz de iluminar un partido demasiado atascado para el Madrid.
La intrascendencia de Kaká, sobre todo en una noche tan señalada como
esta, parece el certificado oficial de su defunción como jugador de un
club, el Real Madrid, donde ha fracasado, sin reservas y con estrépito.
Expuesto, magullado y demasiado fatigado para desarticular al Bayern,
el Madrid trató de encontrar un segundo aire, espoleado por su público.
No fue así. El Madrid se sostenía gracias al peso específico de sus
centrales y a las intervenciones de su portero, pero no ofrecía señales
de recuperación y peligro. Cristiano, fundido, apenas dio señales de
fiereza en la segunda mitad. Que el Madrid se aferrase a su andamio
defensivo en una semifinal de la Champions no era un buen augurio,
desde luego. Alonso y Khedira, siempre en inferioridad por dentro,
estaban agotados. Sin gasolina, con las piernas acalambradas y pocas
ideas, se firmó un armisticio para llegar a la prórroga.
En el tiempo extra, el drama fue más intenso. El Madrid tiró de
bravura, pero tuvo pánico a cometer un error y descartó lanzarse al
abordaje que su público le demandaba. Con las piernas de madera, trató
de no perder la cabeza. Mourinho dio entrada a Granero e Higuaín, pero
el invento no alteró el curso del choque. Marcelo, inmenso, regaló una
arrancada espectacular, desde su propia cueva, que enardeció al
Bernabéu. Su esfuerzo no fue suficiente. En el otro lado del ring, el
Bayern también era víctima de su miedo, apenas se destapaba en la
cobertura y ya no tenía la suficiente potencia ni electricidad como
para amenazar al Madrid con sus incursiones por los flancos. Sin
combustible, los dos orillaron en la lotería de los penaltis. En el
palco, Florentino Pérez, flanqueado por José María Aznar, sufría. Más
abajo, a ras de césped, Mou se arrodillaba para ver el desenlace final
del drama en primera fila de patio de butaca. El público se encomendó a
los milagros de Casillas, su héroe de cabecera. Pero en esta ocasión,
las manos santificadas del mostoleño no encontraron complicidad en sus
compañeros.
Cristiano, como Messi, falló un penalti clave. Kaká, inocuo, repitió
gatillazo. Y Ramos, por último, pateó al segundo anfiteatro. El sueño
blanco, el santo grial de La Décima, se esfumaba. El Bayern,
en un ejercicio inolvidable de madurez para no hacerse añicos tras
encajar dos goles nada más salir al campo, se hizo acreedor a su pase a
la final gracias a su personalidad de hierro. Fue mejor a los puntos en
Múnich, también superiores en Madrid y liquidó a los de Mou en una
tanda de penaltis dramática, que desde esta noche ingresará, por
derecho propio, en el santoral de leyendas de la vieja Copa de Europa.
Noventa minutos en el Bernabéu debían ser muy largos para los alemanes.
Fueron ciento veinte. Acabaron siendo una agonía para el Madrid ante un
Bayern admirable alcanzó su final. Auf wiedersehen Madrid.
Tomado de Eurosport