España es un gran equipo, el mejor de la actualidad, como demostró el domingo al vencer a Italia 4-0 en la final de la Euro 2012, en una noche inolvidable para los aficionados al fútbol.
Tanta fue su superioridad, tan fuerte su impacto en la opinión
pública, que ya se habla (como parece inevitable en esta época de
encuestas a la medida) de su lugar entre las mejores selecciones de la
historia: los editores de medios quieren saber si España 2012 es mejor,
por ejemplo, que Brasil 1970.
El tema es más resbaladizo aun que la otra comparación imposible que nos ha entretenido los últimos meses, para determinar si Lionel Messi es o no es mejor que Pelé.
España, Brasil y el pasado
El primer argumento de quienes defienden la precedencia de esta
España es que ha ganado tres torneos importantes en forma consecutiva,
un dato interesante desde el punto de vista estadístico pero poco
persuasivo para demostrar una superioridad indiscutible sobre otros
grandes equipos.
España había sido un digno ganador de la Euro 2008, superando en
semis a Italia por penales, tras un empate sin goles, y en la final a
Alemania, 1-0, con un gol de Fernando Torres, que también marcó el domingo… para ser un goleador “acabado” el hombre todavía tiene bastante resuello.
También ganó con justicia el Mundial 2010, pero sin encender los
ánimos: ganó en octavos a Portugal, en cuartos a Paraguay, en semis a
Alemania y en la final a una Holanda trabajadora pero ordinaria… todos
estos partidos con el mismo resultado: 1-0.
Y la trayectoria de España en esta Eurocopa de Polonia y Ucrania sólo alcanzó ese nivel utópico de “Brasil 1970″ en esa maravillosa última jornada en Kiev, que todos recordaremos para siempre.
¿Es suficiente esto para colocar a esta España junto a los gigantes
de la historia del fútbol? ¿No convendría considerar, antes, que Italia
jugó con 10 hombres casi todo el segundo tiempo? ¿O que el equipo llegó
a la cita con los dientes apretados, superando a Portugal en los
penales, tras un 0-0?
Brasil en México 1970, en cambio, ganó en cuartos 4-2 a Perú (el
mejor Perú de la historia), en semis 3-1 a Uruguay y en la final 4-1 a
una buena Italia, más experimentada y dotada que la del domingo.
Esa campaña de Brasil ha sido desde entonces la medida universal de
la excelencia futbolística en la imaginación popular, que es la que
rige este tipo de categorías que no pueden ser reglamentadas.
El argumento de los tres torneos consecutivos no convence ni
siquiera a los estadísticos, que podrían entonces señalar el triplete
de Uruguay entre 1924 y 1930 (dos títulos olímpicos y uno mundial,
consecutivos, sin contar tres Sudamericanos entre 1923 y 1926), o la
maravillosa progresión de Brasil entre 1958 y 1970: tres mundiales en
doce años, la cosecha dorada de la generación de Pelé.
(Es cierto, no fueron consecutivos, ¿pero es realmente tan importante que lo sean?)
En realidad, la abundancia y frecuencia de los títulos tiene una
importancia relativa a la hora de atribuir grandeza a los equipos
nacionales.
Hungría y Holanda
Dos de los equipos universalmente más admirados no ganaron los
títulos que merecían: la Hungría de Puskas cayó ante Alemania
Occidental en la final del Mundial 1954, y la Holanda de Cruyff,
también ante Alemania, en el Mundial 1974.
En fútbol, la verdadera medida de la grandeza, la única admisible,
es la capacidad para inflamar la imaginación y la emoción de los
aficionados a través de las generaciones.
Atendiendo exclusivamente a los resultados, cabe anotar que entre
1950 y 1956 Hungría ganó 46 partidos, empató seis y perdió sólo uno…
2-3, ante Alemania, esa final del mundial 1954 en Suiza.
Hasta el llamado “Milagro de Berna”, Hungría se había paseado por el
torneo: en su grupo había goleado 8-3 a la misma Alemania Occidental;
en cuartos superó a Brasil 4-2; en semis, 4-2 a Uruguay.
Pero la gran hazaña de Hungría, que seguramente vale más que uno o
dos títulos mundiales, fue su maravilloso asalto de 1953 a la poderosa
Inglaterra, en su reducto de Wembley.
Ese 6-3 en Londres es uno de los grandes hitos de la historia del
fútbol, porque puso de cabeza al juego del fútbol y a la realidad tal
como se la concebía entonces, algo que Hungría confirmó al año
siguiente, cuando Inglaterra devolvió la visita y encajó un 7-1 que
puso fin cualquier debate.
Los comentaristas europeos insisten en que los húngaros de hace 60
años inventaron el “9 retrasado”, función desempeñada brillantemente
por Nándor Hidegkuti y que ahora ha recogido Vicente Del Bosque
(siguiendo el ejemplo de Pep Guardiola), pero en Sudamérica es sabido
que Adolfo Pedernera cumplía la misma función en el River Plate de los
años ‘40.
El caso de Hungría pone sobre el tapete las verdaderas pautas de la
grandeza de un equipo de fútbol, más allá de su éxito en el campo de
juego: conmover estructuras, derribar mitos, proponer e imponer nuevos
enfoques tácticos… y cautivar a los aficionados.
Lo mismo ocurrió con la Holanda de 1974, que cautivó a los
aficionados de todo el mundo e instaló definitivamente al “fútbol
total” de Cruyff y sus alegres camaradas como referencia histórica.
El equipo nacional holandés sólo ganó un Europeo, en 1988, pero la
falta de títulos no ha empañado el reconocimiento popular, que todavía
recuerda con cariño a la Naranja Mecánica de 1974.
El requisito de la aprobación popular es el obstáculo histórico que
han encontrado los grandes equipos alemanes e italianos, que a pesar de
numerosos títulos no tienen muchos admiradores fuera de sus fronteras.
Se tiende a olvidar que la Alemania que ganó el Campeonato Europeo
de 1972 y frustró a Holanda en el Mundial 1974 fue el equipo de
Beckenbauer, del gran Gerd Müller, de Maier, Breitner y Netzer.
Si hasta pareciera que se le reprocha haber vencido a adversarios
tan formidables como Hungría y Holanda en sendas finales, en vez de
reconocerle el mérito.
Uruguay y el Río de la Plata
El Maracanazo, la victoria de Uruguay ante Brasil 2-1 en el último
partido del Mundial 1950, también tiene los elementos para colocar a
ese equipo de Obdulio Varela, Schiaffino y Ghiggia en la lista de los
grandes: superó a un gran equipo en su propio reducto, un Brasil que
había marcado 13 goles en sus dos partidos anteriores, 7 a Suecia y 6 a
España.
Todavía hoy, después de todos estos años, alguien dice Maracanazo y
todos saben de qué se está hablando, a pesar de que desde el punto de
vista mediático (que en esto suele ser lo que importa), el Mundial 1950
está en la prehistoria virtual del fútbol, cuando las hazañas apenas
tenían repercusión en Europa, la caja de resonancia que recoge y
amplifica lo que “vale la pena” en fútbol.
Durante esa “prehistoria mediática”, Uruguay y Argentina fueron los
grandes dominadores del fútbol internacional, con los uruguayos
imponiendo su mayor cohesión y disciplina para el juego asociado en
torneos cortos, algo que requiere ese tipo de virtudes, que también
tienen Alemania e Italia.
Pero los grandes equipos uruguayos y argentinos de los ‘30 y los ‘40
son totalmente desconocidos en Europa y por consiguiente no figuran en
la memoria colectiva del aficionado internacional.
Desde La Naranja Mecánica de 1974 no hubo ningún equipo que
concitara la admiración unánime de crítica y público: los pretendientes
no cuajaron, como el Brasil de Sócrates y Falcao (1982), la Argentina
de Maradona (1986), la Francia de Platini (1982-86) y la de Zidane
(1998-2000).
Hasta la noche del domingo, claro está.
Lo que avala la grandeza de esta España no son tanto los resultados
(que, ya hemos visto, fueron relativamente ajustados en su mayoría),
como la introducción en la dialéctica futbolística de argumentos que
los “modernos” creían superados, la habilidad, el pase corto, una
desconfianza instintiva ante la fuerza y el tamaño, el respeto por el
buen gusto y el placer antes que el dolor.
Pues que el fútbol de España es más ballet que batalla campal, que
rema contra la corriente de embrutecimiento paulatino de la práctica
del fútbol, y esto, por sí mismo, crea una nueva corriente.
Aunque esta corriente se agote en algún recodo, la memoria colectiva del público la recordará y agradecerá durante mucho tiempo.
¿Mi lista de los mejores equipos nacionales de la historia?
Hungría 1953, Brasil 1970, Holanda 1974, España 2012, Uruguay 1950, Argentina 1957 (Sívori, Angelillo, Maschio), Alemania 1972.
Este orden no tiene que ver con los títulos ganados, sino con el placer
recibido: a fin de cuentas, hablamos de fútbol, no de contabilidad.
Tomado de Cubadebate