Por Arian Alejandro
Premiar al mejor jugador del mundo es una cosa, reconocer al más
destacado en la temporada finalizada es otra bien distinta. Para lo
primero no tengo duda, en forma, Messi es la máxima expresión, pero para
lo segundo me decido por el intruso que debe ser el galardonado por
encima de los dos gigantes, Frank Ribery.
El extremo zurdo de Francia y del Bayern Munich no solo lo ganó casi
todo en la campaña 2012-2013, sino que es el alma que hace resurgir a su
equipo cuando el resto son fantasmas dentro de una cancha de fútbol. No
tiene los números goleadores del astro argentino o del crack portugués
Cristiano Ronaldo, pero asiste como nadie a sus compañeros encargados de
llevar el balón al fondo de la portería, amén de ser una preocupación
para todo aquel que sale al campo con la desgracia de caer en su
demarcación para intentar minimizar su accionar.
Su calidad individual es oxígeno al resultado del colectivo. El
ansiado triplete (Liga, Copa, Champions), con el equipo muniqués, lleva
el cuño de Ribery. Vista milimétrica para manejar las piezas que lo
rodean es otra de sus virtudes. Si bien es cierto que anidar en redes
contrarias no es su fortaleza, cuando lo hace significa punto de
inflexión del partido que esté en desarrollo.
Siendo justos el Balón de Oro debe ir hasta sus manos. Porque de sus
oponentes se está valorando, que uno mostró todo su potencial para darle
la clasificación a Portugal al Mundial 2014, del otro su hegemonía
durante cinco años en el planeta fútbol. Nada de eso, sumado incluso,
debe tener más peso que todas las veces en las que Ribery alzó los
trofeos obtenidos. Ser el mejor jugador de Europa en 2013 no es
suficiente.
Marcar goles, amén de ser lo más disfrutado por los fanáticos, lo más
ponderado por la prensa, lo que decide cada duelo, no debe ser tomado
como único aspecto para premiar, sino Franz Beckenbauer, Zinedine Zidane
o Kaká, jamás hubieran tenido en casa un Balón de Oro.
Ojalá y no se repita el error del 2010 con Wesley Sneijder
¡Seguimos pateando el balón!