Mourinho no suele hablar con los jugadores en los minutos siguientes
a la finalización de los partidos. Es una costumbre que tiene para
evitar cualquier mala interpretación de sus palabras y roces
innecesarios en un momento en el que él y los futbolistas están con las
pulsaciones altas y las cabezas calientes. Pero hay días en los que se
salta esta norma. Y uno de ellos fue en el Camp Nou.
Cuando Delgado Ferreiro pitó el final del partido se fue a darle la
mano a Tito Vilanova y le comentó: "Ha sido un gran espectáculo. Ha
podido ganar cualquiera". Se metió en el vestuario maldiciendo lo que
consideraba una ocasión única para haber ganado al Barcelona en su
campo. Tenía sentimientos cruzados. Por un lado estaba enfadado por
algunos detalles, más técnicos que tácticos, en los que fallaron
ciertos jugadores. Se refería a los goles encajados y unas ocasiones
falladas. Pero por otro lado estaba orgulloso por la respuesta y la
imagen que dieron en un escenario crítico y hostil.
Efervescencia
El entrenador portugués entró al
vestuario en plena efervescencia. Se contagió por la épica que había
mostrado Cristiano Ronaldo jugando con el hombro izquierdo dolorido.
Una imagen muy contraria a la que se vio cuando perdió en Getafe y en
Sevilla. Esos días fusilaba a la plantilla con la mirada.
Del desastre del Coliseum y el Sánchez Pizjuán se ha pasado a la mejor versión de la filosofía que ha implantado Mourinho. En el Camp Nou les felicitó con estas palabras:
"Que sepáis que este empate puede valer cuatro puntos porque jugando
así se les puede ganar en el Bernabéu. Esta es la línea de trabajo que
debemos seguir. Hoy me ha gustado mi equipo. Estuvimos en el partido
hasta el final, creando ocasiones. Pudimos ganar".
Los jugadores opinaban lo mismo. Igual que los directivos que se
desplazaron en avión con la plantilla, que hablan de un ambiente
distendido y de un equipo recuperado para la Liga. Se destaca la
valentía con la que se jugó desde el primer minuto.
Tomado de Marca